Historia de «El hombre del cementerio.«
NIÑOS
Mi nombre es Julián y los niños nunca fueron mi pasión. Eran todo lo contrario: una molestia en todos lados: Casa, cine, tienda, parque, calle. Siempre veía cómo se retorcían mientras lloraban y hacían escándalo. Sus ruidosos llantos eran la razón del por qué mi día siempre acababa mal. Nunca podía faltar un niño consentido gritando y tratando mal a sus propios padres,
Claro que mi novia pensaba todo lo contrario, le encantaban los niños. Decía que eran lo más lindo que veía en el día. Ver sus sonrisas y la ternura que de ellos emana, era lo más valioso para ella.
A Mónica la conocí hace cuatro años, y desde hace tres estamos juntos. Aunque ella sepa lo mucho que odio a los niños siempre me animaba a que tuviéramos alguno. Me decía que mi pensamiento cambiaría y amaría a todos los niños en cuanto tuviéramos un hijo.
Tres meses después, me anunció que estaba embarazada. Y su palabra se cumplió. Aún no había conocido a mi pequeño, y ya estaba tan emocionado por tenerlo en mis brazos. Saber que tendría un hijo con la mujer que más quería me llenaba el corazón de felicidad. Tanto así que cuando veía a un niño, me imaginaba a mi hijo sonriendo y corriendo lleno de amor y felicidad.
Pasaban los meses, y ver la panza de mi amada crecer más y más, me hacía desear ya el nacimiento de mi hijo. Sin embargo, fue un error.
A los nueve meses, mi novia y futura esposa, dio a luz a una hermosa niña, Catalina. Al sostenerla en mis brazos, mi corazón palpitó con fuerza y no pude contener las lágrimas.
Después de haber tenido a mi pequeña todo cambió. Fui el hombre más amable con los niños. Cada vez que veía uno le hacía caras chistosas para ver su hermosa sonrisa. Visitaba muy seguido los orfanatos, incluso les llevaba regalos, solo para ver sus ojos iluminados de alegría. Escuchar sus risas era lo mejor de la vida.
Así que me volví un cuidador en uno de los orfanatos que frecuentaba.
Pero me alteré demasiado al enterarme que una de las niñas del orfanato había desaparecido, no estaba en mí creerlo.
Claudia, era una niña obediente y muy tierna, recién cumplía sus 4 años. Incluso estaba a punto de ser adoptada. No lo entendía. Se suponía que los niños debían ser felices. Se suponía que ella debía crecer y ser una gran mujer, llena de cosas buenas para brindarle al mundo.
Mis lágrimas cayeron sin dudarlo dos veces. Mi corazón estaba destrozado así que me ofrecí rápidamente a ayudar a buscarla. No descansaría hasta encontrarla.
Pasaron los días… Las semanas… Los meses… No había señales de vida de Claudia. Y eso me dejó en casa deprimido. Sin embargo, tenía que seguir alentando y cuidando a los demás pequeños. Si no pude proteger a Claudia, lo haría con los demás niños.
No pude… Dos meses después de que se encontraron los restos de Claudia, al frente de la casa de quienes iban a ser sus futuros padres, desapareció Juan. Un niño de 6 años quien también iba a hacer adoptado dentro de poco. Y a las semanas siguientes, otros cinco niños: María, de 3 años; Andrés, de 6 años; Rodrigo, de 2 años; Estela, de 7 años y Francis de 4 años. Todos ellos, iban a hacer adoptados dentro de muy poco y desaparecieron uno por uno.
Todo esto ya era un escándalo. Me preguntaba ¿Cómo seis niños podían desaparecer tan rápido y sin huellas de su secuestrador o secuestradores?
No podían ser sus cuidadores. Esas personas eran como yo: entregadas a los niños como si no existiese nada más en nuestras vidas. Inclusive todos nos reuníamos al final del día para platicar de todos los niños. Estábamos contentos con ellos y en cada cara se mostraba que daríamos todo por ellos. No podía ser alguno de ellos. Claro que no.
Lo único que veía en común de los niños que desaparecían es que todos estaban por ser adoptados.
La policía estuvo buscando por más de cinco años al o a los secuestradores de los pequeños, que, por si fuera poco, era o eran los mismos asesinos. Y durante todo ese tiempo, seguían las desapariciones. Siempre se encontraban los restos cerca o al frente de la casa de los futuros padres de cada niño. Pero nunca encontraron ni una huella o alguna sospecha del secuestrador y asesino.
A todos los cuidadores nos tuvieron siempre como los primeros sospechosos. Pero todos acabamos descartados cuando por fin encontraron al presuntuoso asesino de nuestros pequeños.
Era una noche muy importante. Yo estaba de guardia esa vez. Puesto que Victoria, un bebé con 2 meses de nacida, estaba a punto de ser adoptada por mí, y esta vez, no dejaríamos que se la robaran. Yo estaba en la entrada, y los demás estaban cuidando a Victoria. Todos alertas y con los ojos bien abiertos. Fue ahí cuando el imbécil se presentó. Me atacó a mi primero, intenté detenerlo, pero no me fue posible, me disparó con mi propia arma, después fue a buscar al resto. Matando uno por uno y, sin dejar testigos, se llevó a Victoria. A mí querida Victoria.
Al día siguiente la policía, no sé cómo, pudo dar con el desgraciado que tantas veces nos hizo la vida imposible. Pero Victoria, no tuvo suerte: fue hallada muerta.
Él confesó sus crímenes y en su cara no se le veía ningún remordimiento. Comenzó diciendo el secuestro de su primera víctima: Claudia. Dijo que fue bastante fácil. Apenas la capturó la encerró en el sótano que había en su casa. Siempre la cuidó, le daba buena alimentación, le llevaba juguetes, antes de dormir le contaba un cuento y siempre la hacía reír. Siempre estuvo al pendiente de ella. Hasta que un día, lleno de locura la golpeó sin descanso hasta matarla. Como si la odiara. Después la cortó en varios pedazos y la echó en una bolsa negra de plástico. La llevó a su hogar con sus padres adoptivos y se marchó.
Fue lo mismo con los otros niños desaparecidos. “Pan comido”, decía el infeliz.
Pero con Victoria, fue diferente. Confesó que apenas vio a Victoria, sintió lo mismo que cuando vio a su pequeña hija, así que no dudó en llevársela a casa, costara lo que costara, la llevaría con él. La cargó en sus brazos, su corazón palpitó con fuerza y no pudo contener las lágrimas. Al instante, la estaba ya ahorcando.
Cuando la policía lo arrestó, sonrío: Pues ya había realizado todos los pasos: Robar el niño quien iba a ser adoptado, cuidarlo y darle amor, matarlo y, por supuesto,… Dejarlo en casa de sus padres adoptivos.
Fue fácil encontrarme después de robar a Victoria, puesto que, como todos mis compañeros estaban muertos y yo era el único que se encontraba vivo y fuera de la escena, no dudaron en ir por mí para acabar con esta locura.
Mi nombre es Julián, y al sostener a mi amada hija en mis brazos, mi corazón palpitó con fuerza y no pude contener las lágrimas. Mi pequeña princesa, había nacido muerta, y a los dos días, se llevó a mi esposa. No le bastó con haberse muerto. No, tenía que llevarse a mi querida Mónica. Con su risa traviesa, se la llevó.
Después de todo, siempre odié a los niños. Era fácil desahogar mi pena con ellos. Nunca pensaron en que su cuidador les iba a hacer daño. Y después de cuidarlos, siempre los dejaba al frente de la casa de sus padres adoptivos.
Pero por más que los odie, sus voces en mi cabeza nunca han parado. Sus risas traviesas y sus gritos llenos de horror retundan por toda esta celda. ¿Cómo es que soy el único que las escucha? ¿Por qué yo, desde pequeño, siendo niño, las escuchaba y las sigo escuchando?
Es por eso que no descansaré, no importa sin en vida o muerte, encontraré la forma de callar a estos infelices.
Créditos a quien corresponda…
Esta historia fue tomada del grupo de facebook «El hombre del cementerio.» Los invitamos a que lo visiten y se suscriban al grupo, sube excelentes relatos de horror.
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Nos leemos en la siguiente y recuerden… no tengan miedo de eso que no pueden ver… pero está ahí… detrás de ustedes.